Una vacuna contra la tristeza

Se preocuparon de sacar adelante a sus hijos, su casa… Pero se olvidaron de ellas

– ¿Quién tiene problemas musculares?

Todas levantan la mano, salvo una. Loli mira incrédula al resto de compañeras y suelta con cierto alivio: “Pues a mí ya no me duele … ni el cuello, ni las piernas, ni la espalda… ¡Desde que vengo aquí soy capaz de subirme a un pino!

Nueve mujeres se sientan formando medio círculo en la amplia sala de un centro de salud sevillano. La mayoría nunca se había visto antes, pero después de diez sesiones de terapia, se besan, se agarran fuerte las manos y se consuelan: “¿Estás llorando, Carmen?”. Y Carmen da un pequeño respingo en la silla, se recompone y vuelve a fijar la vista en la pantalla. Conchi la mira con ternura, mientras asiente con la cabeza a la explicación de Urbina Aguilar, la trabajadora social que ha logrado llenar de aire fresco sus vidas.

Hace tres años la Consejería de Salud detectó que había mujeres que acudían a su médico de cabecera porque les dolía el cuerpo, no podían dormir, se ahogaban. En los exámenes clínicos, no encontraban patología alguna a sus dolencias ni lograban atinar con la receta que aliviara a estas mujeres de esa tristeza que se había apoderado de ellas y les golpeaba el cuerpo sin dejar un rastro clínico. Surgieron entonces los grupos socieducativos en atención primaria, los GRUSE. Terapias grupales que ayudan a mujeres sobrepasadas por sus problemas cotidianos a hacer frente a las cargas familiares, laborales, económicas… y a luchar contra la tristeza y la soledad de su rutina. Les ofrecen las herramientas necesarias para evitar que caigan, finalmente, en las redes de la enfermedad mental, las enseñan a ser fuertes, las ayudan a no sentirse solas. 

Se trata de una experiencia pionera en Andalucía sólo dirigida a mujeres, al menos de momento, que pretende combatir las cifras: las mujeres, sobre todo desde que comenzó la crisis, tienen más riesgo de padecer una enfermedad mental en el futuro. De los 253.372 andaluces que fueron atendidos en 2012 por problemas de salud mental, el 68% eran mujeres.

A Conchi se le hizo un nudo en la garganta mientras hacía las maletas para irse de vacaciones. Se ahogaba, era un dolor real, físico. Tan real que llegaron a meterle un tubo por la garganta para saber si se había atragantado con algo. Pero nada, ni rastro. El dolor se le pasó a la barriga. Sin rastro de patología. El médico de cabecera le recomendó entonces acudir a estas terapias para comprobar si ese dolor que sentía era mucho más profundo. “Sólo nos daremos cuenta de lo útil que está siendo esto para nosotras cuando haya acabado”, lo dice convencidísima, poniendo la mano en su pecho, recordando que fue entre estas nueve mujeres, hoy compañeras de viaje, donde descubrió que la muerte traumática de su padre y de la novia de su hijo, a quien cuidó hasta morir de un cáncer, le pasaron factura. Ella no se había percatado de la herida, hasta que empezó a dolerle el cuerpo. “Ahora me doy cuenta de lo duro que fue todo aquello… y puedo hablarlo… y recordar esas palabras de mi hijo… Mamá tenía las manos llenas y ahora las tengo vacías”. Conchi se preocupó de sacar adelante a su hijo, a su familia, a su casa. Pero se olvidó de ella.

Carmen mira a su compañera y explica: “Es que hemos querido ser unas superwoman, pero llega un momento en que el cuerpo tiene un límite y estalla… y entonces empieza la falta de sueño, los tics en el ojo, la ansiedad”. Carmen estuvo veintitantos años sacando su casa adelante, a sus hijos, su empleo, ayudando a sus padres y a una hermana con discapacidad. Hasta que una artritis la apartó de su trabajo y se encerró en casa. Y empezó a sentirse mal: “He querido ser muy perfeccionista, controlarlo todo, pero llegó un momento en que me dolían hasta los codos, porque me impuse abarcar demasiado”.

“¡Ay!”. Un profundo suspiro llena la habitación. Y lo inunda todo. “Perdonad, disculpadme”, dice María agarrándose el pecho. “Yo antes me desahogaba mucho con mi hermana, pero ahora está enferma del corazón y no quiero darle disgustos”, confiesa a modo de disculpa. Tiene el pelo muy cano, la mirada cansada. Primero cuidó de sus padres, ahora de su marido, enfermo de parkinson. Todos los minutos de su vida giran en torno a él. “Yo no tengo miedo a enfermar, es por él, porque a mí morirme me da lo mismo” y prosigue con su desahogo, porque sabe que todas la escuchan con mucha atención. Flori le coge la mano. “Mi marido a veces me dice que dónde está la mujer que tanto se reía, pero a mí ya no me hace gracia nada”, prosigue como una letanía, mientras mira el reloj: “Ya estoy nerviosa, las seis menos cinco. A las siete le toca la pastilla”.

“¿Cómo puede reaccionar el cuerpo al estrés?”, pregunta entonces la trabajadora social. “Yo lo tengo constantemente”, contesta rápido María como volviendo en sí: “Es como si estuviera recién operada de corazón”. “Pero aquí se me pasa… aquí es donde me siento más segura”. Un total de 3.027 mujeres participaron en 2013 en estos grupos puestos en marcha en atención primaria en toda Andalucía.

PROTAGONISTAS DE SUS VIDAS

La idea surgió en Málaga. En el centro de salud mental Limonar se dieron cuenta de que había un gran número de mujeres que llegaban al médico con “sobrecarga emocional por cuidado de dependientes, a raíz de separaciones, por dificultades económicas…” y pedían acudir al psicólogo. “Se encontraban desanimadas, tristes, sin encontrar respuesta a lo que les pasaba”, explica Urbina Aguilar, trabajadora social y responsable de uno de estos grupos. Pero los psicólogos, explica, “sólo se encuentran en las unidades de salud mental y están dedicados y preparados para atender enfermedades graves” y debido al aumento de casos, sobre todo sobrevenidos con la crisis económica, “no estaban dando una respuesta adecuada a la situación específica que planteaban estas mujeres”, afirma.

El programa ya ha formado 393 grupos en los centros de salud de toda Andalucía -hasta 2013-. En principio sólo se dirigen a mujeres, aunque como confiesa Urbina Aguilar, la crisis está siendo un factor determinante para que emerjan este tipo de dolencias no sólo en mujeres, por lo que anuncia, la Consejería ya está estudiando la posibilidad de que estos grupos se amplíen a hombres desempleados, un colectivo que también empieza a dar síntomas de agobio, depresión y tristeza por las duras dificultades que les impone la actual situación económica. Según Urbina Aguilar, las terapias también podrían dirigirse a un colectivo más específico, como es el de mujeres prostitutas.

Uno de los éxitos de la iniciativa, confiesa Urbina, es que, al final, estas mujeres “no se sienten solas, responsables únicas de sus problemas… dejan en parte de estar totalmente volcadas en los demás y empiezan a ser protagonistas de su vida. Cuando sucede es mágico”. Si de algo se sienten orgullosos los profesionales que forman parte de estos grupos es que han logrado que mujeres víctimas de la violencia machista encuentren un refugio en el que denunciar. Y entonces Urbina saca con cierta emoción un papel. Una carta.

“Gracias por enseñarme a vivir de nuevo, a controlar mis nervios y emociones, por demostrarme que hay vidas diferentes que también son vidas, por enseñarme a expresar mis sentimientos, por devolverme las ganas de vivir…”. Alguien escribió esta carta desde la provincia de Jáen agradeciendo a Leo, el trabajador social, su mano tendida en este camino. Una mujer, víctima de la violencia machista que encontró en sus compañeras el abrigo para poder dar un paso adelante: “Queridas compañeras mías, quiero que sepáis que sois un ejemplo para aquellas mujeres que quieran cambiar sus vidas y no se atreven”.

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